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El 7 de noviembre de 2018, en la jornada inaugural del 91 Congreso Chileno e Internacional de Cirugía que se realizó en Puerto Varas, el doctor José Miguel González Prado recibió esta distinción de manos del doctor Nicolás Jarufe, presidente de la Sociedad Chilena de Cirugía. “Uno no anda detrás de los premios”, comentó unos pocos días antes de esta ceremonia, “pero ha sido emotivo; me han llegado saludos de muchos cirujanos, de varios colegas de provincia y del extranjero; incluso de algunos que no se formaron conmigo, y hasta de personal administrativo del Barros Luco. Ese reconocimiento me ha impactado por su significado”, dijo.
Hace cinco décadas recibió el título profesional de médico otorgado por la Universidad de Chile, pero de verdad nunca se ha ido de sus aulas. “Mi padre era un cirujano colo-proctólogo y todos pensaban que yo iba a seguir el mismo camino, pero me tocó tener como mentor a un jefe muy motivado e inspirador, y como encontré interesante la especialidad opté por ella para mi quehacer futuro. Después tuve la oportunidad de perfeccionarme en el extranjero. Primero en Hamburgo, Stuttgart y Düsseldorf, y luego en París, Glasgow y Zürich. Pero siempre pensé en volver, pues en esa época en el Barros Luco las especialidades quirúrgicas estaban en formación. De hecho, recién en 1965 partió el sector Trudeau del hospital, que es donde está actualmente el Servicio de Cirugía. Su jefe era el profesor Leonidas Aguirre Mackay, quien invitó a cirujanos destacados a crear equipos quirúrgicos o especialidades dentro de su servicio, y entre ellos a mi jefe de esa época, que era el doctor Óscar Contreras Tapia. Yo me quedé bajo su alero y después seguí mi trayectoria dentro de la misma unidad”.
Así inició una carrera en la que se dedicó particularmente a la cirugía oncológica, la de tiroides, cirugía de cuello en general, y la reparadora de daños por traumatismo y en secuelas de cáncer. Con ello pudo beneficiar a sus pacientes y apreciar los avances tecnológicos e instrumentales –“está todo ahora más pequeño, sofisticado y efectivo”- que, pese a la proverbial falta de recursos del sector público en salud, se han podido gradualmente implementar.
“Sobre todo, el apoyo de imágenes para diagnóstico es increíble comparado con lo que había hace 40 años. Afortunadamente, y como la gente está más exigente, los hospitales han hecho importantes inversiones que han permitido actualizarse y ponerse a la par con lo que se hace en otras partes. Y en lo disciplinar, estamos en permanente contacto con distintos centros para presentar publicaciones en congresos y siempre tratando de realizar lo último en cuanto a tendencias en la especialidad. Yo diría que el área quirúrgica funciona bastante bien en Chile. Tenemos especialistas al más alto nivel”, añade.
Abriendo caminos
Lo dice con conocimiento de causa. “Cuando yo me formé existían las grandes especialidades, como Medicina Interna, Pediatría o Ginecología y Obstetricia; estaba la de Cirugía General. Si a uno le gustaba una determinada área en particular, hacía lo general y también lo más específico, todo imbricado; con el tiempo eso se ha ido modificando y se va a lo particular solamente. Por eso fue necesario la elaboración y desarrollo de programas de formación universitarios, y a mí me tocó hacer el primero para Cirugía de Cabeza y Cuello. En su elaboración nos dimos cuenta que en distintos centros asistenciales había áreas de la especialidad que se habían desarrollado muy bien, por lo que decidimos hacer un programa de tipo cooperativo. Para ello nos vinculamos con el San Hospital San Juan de Dios, el Instituto Nacional del Cáncer y el Hospital del Trabajador. Ese espíritu se ha mantenido hasta el día de hoy, habiéndose agregado nuevos centros dentro de las rotaciones de nuestros residentes, como lo han sido el Hospital Clínico de la Universidad de Chile, la Fundación Gantz y Clínica Las Condes”.
Para alcanzar ese objetivo “hubo que hacer mucho lobby. Los que hicieron todas las gestiones ante la Universidad de Chile y el Ministerio de Salud, fueron el doctor Óscar Contreras y el doctor José Torres, del Hospital San Juan de Dios. Se aprobó en 1985; un año después partió el primer becado, y durante muchos años fue el único programa del país en la especialidad. Desde entonces han ingresado médicos en formación provenientes de distintas regiones e incluso del extranjero, como de Bolivia, Ecuador, Venezuela o Colombia, lo cual ha sido muy enriquecedor”.
Certificación de calidad
En el transcurso de estas tres décadas, ha visto el surgimiento de planes similares en algunas universidades tradicionales y privadas, cuya calidad ha podido ver como presidente de la comisión de su disciplina en la Corporación Nacional de Certificación de Especialidades, Conacem, así como se enorgullece de la de su propio programa, gracias a la acreditación recibida primero por parte de Asociación de Facultades de Medicina de Chile, Asofamech, y luego por parte de la Agencia Ápice, proceso que ahora depende de la Comisión Nacional de Acreditación, CNA. “Es importante ver que se cumplan los estándares de calidad; eso es primordial, porque lo que finalmente le importa a la población de los usuarios de los sistemas de salud es que los médicos estén bien formados”.
Pero agrega que pese a los años transcurridos, sus colegas siempre son pocos. “La cirugía de cabeza y cuello es un tema complejo porque hay operaciones que requieren no sólo de un especialista de experiencia, sino que idealmente de un equipo de al menos tres personas, lo cual aún no sucede en todas las ciudades grandes de regiones. Por eso que cada año tratamos de seleccionar a algún postulante de fuera de Santiago, de modo que cuando termine vuelva a su zona y establezca allí un polo de desarrollo en beneficio de los pacientes”.
En la actualidad, y en lo que señala como el término de su actividad profesional, “no me he jubilado aún porque me he preocupado de que cuando yo no esté este equipo del Hospital Barros Luco-Trudeau siga funcionando igual o mejor. El hecho que se aleje un jefe no debería repercutir en la calidad del centro. Me interesa que en el futuro nuestro equipo, que fuera pionero en el ámbito de la formación de la especialidad, sea mejor incluso, por lo que se han integrado profesionales excelentes para que ello sea posible. Ya no opero como antes, les doy oportunidades a ellos, pero participo cuando se me necesita: les doy espacio para que puedan tomar las riendas, y así debe ser. Soy una especie de director de orquesta, un elemento que favorece las buenas relaciones humanas, y eso ha funcionado”.
Cecilia Valenzuela León/ Fotografías: David Garrido