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Andrés Couve y Cecilia Hidalgo
Inversión en conocimiento
El Gobierno anunció que el 2016 sería el año de la productividad. De un año así se espera la generación de políticas cuyos efectos positivos puedan reflejarse a corto, mediano y largo plazo. Como se sabe, la baja y la pobre productividad de nuestro país no es casualidad; es consecuencia de una falta de visión y de inversión de recursos de nuestros gobiernos. Hoy estamos expuestos a un desastre similar al que sufrió el país hace un siglo con el apogeo y caída del salitre.
Al igual que el año pasado, el presupuesto para investigación enviado por el Gobierno al Parlamento no expresa voluntad alguna de transformar este deteriorado estado de cosas. Peor aún, dicho presupuesto implica un claro retroceso. Años atrás, gracias al auge del cobre, se impulsaron programas de doctorados nacionales e internacionales. Sin embargo, todavía no existe un plan atractivo para la inserción laboral de miles de investigadores jóvenes formados en el país y para el retorno de muchos otros que viajaron al extranjero. No recuperar adecuadamente los jóvenes formados gracias al Programa Becas Chile contribuye, paradójicamente, a financiar la investigación en otros países más ricos y desarrollados.
No menos paradójico resulta que, en tiempos de reforma a la educación superior, esta fuerza humana no se encuentre en el centro de la preocupación de quienes nos gobiernan y que no se la vea como una posibilidad atractiva para potenciar la calidad y cobertura de la educación nacional.
Igualmente insólito es que, conocidas las urgencias de descentralización del país, no se generen políticas robustas para la creación de grandes centros de investigación regionales en nuestra rica y diversa geografía.
En situaciones mucho peores, países que hoy admiramos han encontrado en la inversión en conocimiento la posibilidad de crear futuro. Para que la investigación participe activamente de la productividad y del progreso de la nación se requiere una mirada amplia y de largo plazo, con programas de apoyo que sean coherentes y perdurables en el tiempo. Tenemos personas calificadas, pero no la tranquilidad y seguridad que se requieren para que ellas y ellos alcancen todo su potencial creativo. Es claro que si queremos generar las condiciones culturales necesarias para que en el futuro se produzcan bienes públicos que beneficien a toda la comunidad, se debe incrementar la formación e investigación en ciencia básica y en disciplinas fundamentales en todas las áreas. Todo esto lo sabemos.
¿Qué esperamos, entonces? El actual es un momento histórico. Nunca antes Chile había mostrado tanta capacidad para participar de la producción de conocimiento en el mundo, como recientemente lo han destacado revistas científicas de primera línea, tales como Science y Nature. Pero nunca antes se estuvo tan expuesto a perder lo ganado y a dejar que este momento de la investigación nacional pase sin pena ni gloria. Lo que está en juego no es el interés de un grupo de investigadores acomodados en sus laboratorios y universidades. Lo que está en juego es, justamente, lo contrario: que la investigación impacte fuera de las parcelas protegidas existentes, crezca y entregue horizontes a las nuevas generaciones, y beneficie a toda la ciudadanía. Se trata de participar en la construcción de un país desarrollado de manera orgánica y consistente.
Andrés Couve; Cecilia Hidalgo
Universidad de Chile
Juan Manuel Garrido
Universidad Alberto Hurtado
Alexis Kalergis; Luis Larrondo
P. Universidad Católica de Chile
Ramón Latorre
Universidad de Valparaíso
Carolina Torrealba; Tomás Pérez-Acle
Fundación Ciencia & Vida
Osvaldo Ulloa
Universidad de Concepción