Tuvieron que forzarla un poco a recibir el premio, eso sí. “Me pidieron que diera la charla inaugural del congreso; a uno lo convidan cuando está más “mayorcito” y me honró, porque me sacaba un poco de mi labor de investigación clásica y me demandaba hablar de un tema que interesa a la sociedad hoy en día, como es nuestra ancestría, así que mi conferencia fue “El genoma de Chile”. Pero un poco antes de eso, me trajeron una invitación para asegurarse de que fuera el segundo día, porque me iban a dar un premio. Y lo que era mi estrés inicial se aumentó…”
Y es que, explica, “siendo del ICBM, acá los reconocimientos por lo general son por índice de impacto, por las publicaciones y la resonancia de la revista, por los proyectos. En las otras áreas las satisfacciones que he tenido son diferentes; por ejemplo, que el texto que hicimos con muchos otros profesores (Genética Humana, 2014) sea usado por alumnos de esta facultad y jóvenes profesionales; estudiantes que estaban en este congreso me comentaron del libro y eso me dio mucho contentamiento. Por eso es que uno puede trascender o tener otros reconocimientos personales que a uno lo alegren, pero el que recibí en el congreso lo sentí con cariño, fue una sorpresa que recibí con agradecimiento y humildad; era de los alumnos y me hicieron muchos comentarios, recordaban su experiencia y cómo les había marcado con frases que les había dicho –que una a veces ni se acuerda-, pero que para ellos fueron significativas. Siempre he estimado que enseñar es un privilegio; contribuir un poquito a la formación de un joven, a cómo piensa, a cómo se para en la vida. Verlos que están bien, contentos como profesionales, y que ocupen parte de su tiempo en reconocerte y decirte gracias es conmovedor, emocionante. Lo fue”.
La profesora Berríos realiza docencia de pregrado en las ocho carreras de la salud, así como de postgrado en los programas de magíster y doctorado, y ha dirigido numerosas tesis. En Tecnología Médica hace clases para primer y tercer año; en particular, a los estudiantes de la mención de Morfofisiopatología y Citodiagnóstico les ofrece la asignatura de Citogenética y Genética Molecular. “Me gustó mucho verlos tan comprometidos y ocupando tantos espacios; alguno dirigía un biobanco, algo para lo que nosotros les dimos las herramientas básicas, implementando la tecnología con la calidad que se requiere. Otra se hizo cargo del diagnóstico molecular en la Universidad de Magallanes, y le tocó hacer los exámenes de Covid-19 y pudo resolver sin tener que enviarlos a Santiago. Ver que pudieron diversificar sus nichos, de espacios, sin limitarse a hacer lo tradicional, me dio mucha satisfacción”.
Al mirar hacia atrás, ¿qué reflexiona acerca de cómo ha sido su proceso docente?
Siento el privilegio que ha sido enseñar, entonces uno siempre está atento a aprender, a que no es entregar información desde una especie de podio, sino que hay una interacción; por eso me preocupa cuando a veces se rompe el diálogo entre profesores y estudiantes, porque creo que esa confianza, ese respeto mutuo, es fundamental. Pero también creo que los profesores tenemos la obligación de pensar en qué debo enseñar, qué he aprendido de mi disciplina, porque cada vez se sabe más de todo; en internet se pueden encontrar videos espectaculares, imágenes maravillosas, por lo que yo pueda mostrar en mi powerpoint siempre va a ser menos interesante que eso. Entonces creo que debemos enseñar menos cosas y hacer más reflexión, entregar más la esencia, hay que hacerlos pensar más y preguntarles por qué. De eso se acordaban los alumnos, por eso es que me he preocupado de que en los textos mis colegas no pongan toda la información que existe, sino que lleguen a cuál es su mensaje; ellos, que saben tanto, que piensen qué es lo que debiera saber o reflexionar un alumno de pregrado. No importa que no acierten una respuesta, sino que entiendan por qué está mal o bien, y que tengan una opinión. Uno como profesor tiene que propender a la sencillez, a la esencia conceptual de un joven que va a tener que adaptarse a un mundo cambiante, entonces hay que enseñarles herramientas y criterio. Yo misma cuando preparo las clases busco información en Google, entonces les digo que cuando lo necesiten hay bases de datos reconocidas, garantizadas, a las que se puede acceder. Por eso es que es el criterio lo que se debe enseñar, no la lista de enfermedades”.
Pero ese razonamiento se va formando a lo largo de los años, por lo tanto un profesor no siempre es el mismo; ¿cómo establece ese criterio?
Hay que tener en cuenta que todos aprendemos distinto también. Lo más importante que uno debe pensar es que se está para que el otro aprenda, no para lucirse. Mi pregunta debe ser ¿es esto lo que requiere ese estudiante? Así el foco es otro. Otra cosa relevante es la conversación con los pares, que las reuniones de docencia sean para discutir qué es lo que tenemos que enseñar; en eso estamos al debe. La innovación curricular tuvo muchas cosas buenas, pero también fue muy encausada a que se enseña eso que se evalúa y que está vinculado a una competencia específica. A mi juicio, la enseñanza debe estar más abierta para que quepa el diálogo entre el profesor y el alumno y sus inquietudes, que van cambiando. No todo tiene que ser lo que se evalúa. Eso atenta contra el proceso enseñanza aprendizaje que es mutuamente enriquecedor.
“Claro que uno va madurando”, añade la profesora Berríos. “Eso contribuye a que uno se acerque a los estudiantes, a no perder nunca el foco, que está en que ellos aprendan. De hecho, ese nerviosismo que uno siempre tiene al enfrentar un auditorio se disipa un poco cuando uno piensa en ellos y no en cómo te ven; uno deja de ser el protagonista”.
Estos reconocimientos muestran que parece ser la senda correcta…
¿Sabes lo que los alumnos valoran? siempre distinguen, aunque uno sea medio latero o reiterativo, que uno tenga ganas de enseñarles. Y esa parte afectiva, de respeto, se percibe; así toleran que uno tenga muletillas, o que el dibujo que hace en la pizarra sea más bien limitado, porque se dan cuenta de que uno está haciendo un esfuerzo por comunicarse. Ellos premian que uno les haya dedicado empeño, tiempo, que uno trate de trasmitir algo que los va a ayudar a ser mejores profesionales y personas.
Por eso, finaliza, hoy brega por recuperar lo perdido en pandemia. “En clase me gusta preguntarles a los alumnos, desafiarlos, que me contesten, y ha sido difícil con los que nunca tuvieron presencialidad en la universidad, porque están acostumbrados a ser neutros, en parte por la mascarilla y por el zoom, a que no se note su opinión. Cuesta. Y tampoco son grupo entre sí, perdieron la socialización que es parte de la vida y que es irreemplazable. Las clases telemáticas tienen muchas ventajas, pero uno debería evaluar qué conserva y qué no; pueden ser excelentes para el postgrado, para cursos con inscritos de distintas partes, para tomar exámenes de doctorado con académicos extranjeros, pero creo que no para el pregrado”.