La investigación fue encabezada por un equipo conformado por los académicos especialistas de la Unidad de Infectología del Departamento de Medicina Centro y de la Fundación Arriarán, doctores Claudia Cortés, Marcelo Wolff y Rebeca Northland; estos dos últimos, además, director y subdirectora de la Fundación Arriarán, respectivamente. Sus resultados fueron publicados en la Revista Médica de Chile en marzo de 2018 y premiados recientemente en la conmemoración del sesquicentenario de la Sociedad Médica de Santiago como la mejor publicación de autor nacional de ese año en dicho medio.
“Evolución de mortalidad, abandono, traslado y retención a corto, mediano y largo plazo en pacientes con infección por VIH: Fundación Arriarán 1990-2015” abarca a una población de 5.080 personas con este virus y que son o fueron atendidas en dicha unidad, desde los años en que no existían medicamentos antirretrovirales hasta la terapia actual, con cobertura completa para todos los pacientes que tengan indicación para ello.
Con este objetivo, los investigadores hicieron un análisis retrospectivo de las bases de datos actualizadas de individuos infectados en control de la Fundación Arriarán, evaluando según su año de ingreso los indicadores de mortalidad, abandono, traslado o retención en control clínico, a uno, tres, cinco, siete y diez años, así como el estado general de toda la población atendida respecto a esos parámetros a fines de 2015.
En términos de hitos relevantes ocurridos en el país en el manejo clínico de estos pacientes, establecieron que el período A se refiere a los años entre 1990 y 1992, y se caracterizó por la ausencia de medicamentos antirretrovirales; el B, de 1993 a 1995, cuando sólo estaba disponible el fármaco zidovudina; el C, de 1996 a 1998, época en la que se prescribía la biterapia; el D, de 1999 a 2000, años de disponibilidad de bi y triterapia; el E, de 2001 a 2002, con oferta exclusiva de triterapia, pero en cobertura incompleta a nivel nacional y algunas de esas drogas actualmente en desuso; F, del 2003 al 2008, con uso de triterapia –considerada ahora como desactualizada- y cobertura al 100% de la población; y G, del 2009 al 2014, con terapia antirretroviral de medicamentos contemporáneos y cobertura completa.
Notoria baja en la mortalidad
Los resultados en cuanto a mortalidad son evidentes: bajó de un 40% al año de diagnóstico entre los pacientes del grupo A, al 2% entre los del grupo G, “pero que, actualmente, es de un 1%”, comenta la doctora Cortés. La mortalidad total, durante todo el período observado, fue de 1119 personas, correspondiente al 22% del total de pacientes, pero con un 81% de estos fallecimientos ocurridos antes del año 2003, cuando aún los tratamientos antirretrovirales con tres drogas no tenían cobertura universal.
La tasa de abandono –entendido como ausencia de controles médicos o de retiro de medicamentos por un plazo superior a los seis meses- fluctuó entre un promedio de un 7% al año de observación, a un 14% en promedio a los cinco años y a un 17% a los diez años: al 31 de diciembre de 2015, 608 pacientes cumplieron con los criterios de abandono. “Y es un abandono que podemos calificar como real: en base a nuestros seguimientos sabemos que no se trasladó a otra unidad de atención y que están vivos”, añade la especialista.
¿Saben por qué se produce ese abandono?
Dra. Cortés: En Chile y el mundo abandonan más las mujeres, habitualmente en el período de postparto, porque si bien se cuidan durante el embarazo, tomando sus medicamentos para no trasmitir el VIH al feto, una vez que el niño nace se posponen frente a la presión que significa su carga familiar y laboral. Aún así nuestras cifras globales de abandono son bastante bajas, en parte debido a que en nuestro país el uso de drogas intravenosas como mecanismo de trasmisión del VIH es de una tasa menor al 0,5%, pues estos usuarios se configuran como una población de altísimo riesgo de abandono.
Dr. Wolff: ¡Y estos resultados son mucho mejores en la actualidad! En el estudio pudimos presentar qué fue lo que le pasó a la población en una etapa inicial, cuando no había terapia; cuando ésta era incipiente y cubría a muy pocas personas, y hasta llegar a la situación actual, que es de terapia moderna e indicada a todos. Y se ha podido ver el impacto que ha tenido toda la evolución de los avances científicos y el mayor compromiso que ha tenido el Estado para atender a la gente con VIH.
Y en términos de retención, a una década de haber iniciado los controles, el 60% de la población ingresada al centro entre 1990 y 2014 se mantenía en control activo, y sólo un 6% había solicitado traslado. “En este logro influye que al principio las terapias no eran muy eficaces; luego pasaron a ser más eficaces pero tenían una con alta toxicidad –es decir, muchos efectos secundarios indeseados-, y de ahí a las drogas actuales, muy eficaces y de mínima toxicidad, con un número reducido de píldoras, lo que influye mucho en la adherencia. Pero además, el que sigan en tratamiento con nosotros se debe a que contamos con un equipo multidisciplinario para la atención de pacientes, no sólo con médicos, sino que también con matronas, enfermeras, sicólogos, químicos farmacéuticos y asistentes sociales, de manera no sólo de brindar atención, sino que de hacer educación al paciente y fomentar el que continúen con sus terapias”, explica la doctora Cortés.
Estos resultados, añade el doctor Wolff, se deben a la asociación virtuosa que representa el trabajo mancomunado de los profesionales de un recinto asistencial público como el Hospital San Borja, la labor académica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile y el apoyo de una ONG como la Fundación Arriarán, que ha permitido no sólo ofrecer atención clínica de calidad a los pacientes, “sino que hacer un trabajo científico de larga duración que ha dado pie a varias publicaciones científicas y a la formación de 40 especialistas que están literalmente en todo el país: Punta Arenas, Puerto Montt, Osorno, Talca, Valparaíso, Antofagasta, Chillán, Iquique, Temuco y Arica. Esa es la labor que hacemos como académicos de la universidad, orgullosos de contribuir a formar los equipos tratantes que necesitamos como nación, y que se mantienen en el servicio público”.
Por último, los investigadores señalan que esperan establecer más y mejores colaboraciones con distintas unidades y facultades de la Universidad de Chile, tanto en beneficio de los pacientes como con vistas a generar nuevas investigaciones centradas en las grandes bases de datos que cuentan desde que comenzaron con el tratamiento de personas infectadas con el VIH.