Buena parte de los avances de la medicina interna para controlar las secuelas y la mortalidad de la enfermedad cardiovascular son las medidas de prevención; así como es fundamental que alguien infartado llegue pronto a un servicio de urgencia, más importante es no tener ese infarto. En Psiquiatría se está mirando hacia este modelo de prevención para disminuir la incidencia y gravedad de las enfermedades mentales y que, al mismo tiempo, ayude en su tratamiento.
Repasando el ciclo vital, a nivel infantil se sabe que la depresión en particular y la enfermedad bipolar están relacionadas con situaciones traumáticas, como la negligencia, el abuso físico o sexual, pobreza, las fallas en la crianza y la exposición a distintas situaciones traumáticas generales en la familia, como podrían ser padres con patologías síquicas sin tratamiento. Estos factores hay que manejarlos tanto desde el punto de vista social y económico como desde la mirada médica. Creo que a nivel general no existe conciencia de que el cerebro del lactante y del niño pequeño, al ser sometido a todas estas condiciones, sufre alteraciones neurobiológicas precoces que van a quedar inscritas en su funcionamiento de por vida, y que va a significar muchas enfermedades síquicas. Por eso es que siempre vamos a llegar muy tarde, pero ya se está avanzando culturalmente; por ejemplo, al reconocer que ningún tipo de abuso es aceptable y que debe ser denunciado.
En otro ámbito, hay ciertos momentos y áreas en las que existe mayor susceptibilidad, y que debieran ser manejados con intervenciones más concretas: por ejemplo, las depresiones del periparto. Son relativamente frecuentes y tienen el rostro de miles de mujeres que sufren, lo que implica un daño emocional y neurobiológico al recién nacido, porque se produce una separación emocional que perjudica a esos pequeños cerebros, así como la madre tiene mayor riesgo de enfermedad física, de alteraciones familiares y hasta de muerte autoinferida.
Más tarde, el suicidio es la segunda causa de mortalidad entre adolescentes y adultos jóvenes. A estas alturas, la prevención que se haga será secundaria, para evitar la depresión en ciernes; pero, independiente de que la enfermedad síquica haya eclosionado, hay que evitarla o controlarla. Al respecto, en nuestro país las tasas se han ido estabilizando; de casi 14 de estos fallecimientos por cada 100.000 habitantes en el 2008, actualmente estamos más cerca del promedio mundial, que es de 10,6 por cada 100.000 habitantes. Pero tenemos un problema curioso, gran indicador de mala salud mental: a nivel mundial, por cada suicidio hay 20 intentos; en Chile, por cada una de estas muertes hay más de 50 intentos. Es decir, si anualmente fallecen por esta causa 1800 personas, hay 90.000 intentos detrás, no todos graves, pero muchos sí. Y quienes reciben tratamiento por esos intentos son los menos; sólo del 10% al 20%; el factor predictor más importante de muertes por suicidio es el intento previo.
A nivel familiar, nos podemos ayudar mediante el contacto con la naturaleza, que es muy relevante y tiene un efecto protector. La acumulación de habitantes en las ciudades es muy grande, con poco espacio para parques y jardines, pero eso tiene que ser estimulado. También hay que conseguir que las personas tengamos una razonable exposición a la luz solar, para la estabilidad de los ritmos biológicos; en el mismo sentido, necesitamos una mejor cultura en torno a la actividad física, que sea considerada un elemento necesario en la vida. Y para qué decir en cuanto al contacto emocional: en un conocido experimento, se separó a ratitas recién nacidas de su madre y camada, nada más que por un vidrio; al hacerle la autopsia, se detectaron signos de atrofia en algunos sectores de sus cerebros. Los humanos necesitamos el contacto, pasamos de vivir entre familias extendidas a estar solos y con los hijos a kilómetros de distancia, lo que tiene importantes consecuencias sobre la salud mental. Más aún en esta pandemia, en que todos estamos evitándonos. Si sumamos la falta de ejercicio y el aislamiento se configura una especie de atrofia muscular y emocional.
Y también apoyarnos en lo que comemos. Los procesos inflamatorios relacionados con alteraciones a nivel de citoquinas, triglicéridos y colesterol malo, producto de la obesidad y exceso de grasa corporal, son factores que en los últimos 20 años se ha reconocido que aumentan el riesgo de enfermedad psíquica. Una dieta antiinflamatoria se basa en alto consumo de carnes blancas, vegetales, aceite de oliva y frutos secos, alejada de los alimentos muy procesados.
Está claro que en los tiempos que corren estas recomendaciones son difíciles de implementar, por lo que hay que buscar medidas paliativas o de reemplazo. El ejercicio puede hacerse en casa; la dieta mediterránea propuesta es más cara que el consumo de alimentos refinados, pero puede propenderse hacia ella lo más posible, y tiene que haber intención de salir a caminar, de hacer pequeñas escapadas para estar en contacto con el verde y el azul y, si no, ver películas o videos alusivos; hay muchos programas en la televisión chilena actual en los que se muestran nuestros paisajes. Ojalá sentarse a mirar el vuelo de los pájaros, cuidar una mascota. Y, mejor aún, compartir con niños; para los abuelos el contacto con sus nietos es muy gratificante, lo que tiene impacto emocional notable.
Pero cuando llega el momento de tratar, lo mejor es que sea precozmente. En el caso de la depresión, alrededor del 60% de las personas con síntomas no consulta; la gente desconoce que su debilidad mental y emocional, que esos dolores musculares o de cabeza, que sus dificultades sexuales y mal dormir, que atribuyen a cansancio físico, son problemas síquicos. Otros se dan cuenta pero no pueden o no quieren consultar por el estigma que representa. Muchos no tienen los elementos culturales ni la formación necesaria para darse cuenta de que existe una ligazón entre eventos estresantes recientes y la enfermedad síquica. Y los que sí quieren consultar no encuentran horas disponibles. Las depresiones no tratadas se acompañan de más riesgo de muerte en el largo plazo; en promedio esas personas viven cerca de 15 años menos que la población general.
De las personas con enfermedad bipolar, se estima que en Chile nos tardamos entre 8 y 10 años en diagnosticarla correctamente, porque para ello se necesita un grado alto de experiencia. Antiguamente, y debido a sus episodios sicóticos graves, más de la mitad eran catalogados erróneamente como esquizofrenia, por lo que recibían tratamientos incorrectos e inútiles.
Por ello es necesario hablar del bajísimo presupuesto asignado a la salud mental en la atención primaria, cercano al 2% del total. De la cantidad de camas psiquiátricas disponibles: cinco por cada 100.000 habitantes, cifra que en Estados Unidos es de 12 y en Alemania cercana a 100. ¿Dónde se van a quedar los pacientes con enfermedades psíquicas importantes, si no hay dónde tenerlos? Los tratamientos son rápidos porque hay mucha presión por el alta médica, quedan incompletos y a veces los diagnósticos no son correctos porque para hacerlos se necesita observar en varias entrevistas y la opinión de otros especialistas.
Estamos lejos de políticas públicas que cubran desde la prevención hasta facilitar el acceso a la consulta psiquiátrica y tratamiento específico. Se requerirá de una planificación y de un enorme trabajo a todo nivel; hasta el momento no se ve intención de cambio pero, por lo menos, tenemos la información disponible que respalda la necesidad de empezar. Sabemos lo que hay que hacer… ahora hay que hacerlo.