Profesora emérita de nuestra institución, figuró entre los epidemiólogos más distinguidos del país. Nació en 1919, estudió medicina en la Universidad de Chile, donde se tituló en 1944, y luego se formó en Estados Unidos y Suecia en las áreas de enfermedades infecciosas, pediatría, inmunología y enfermedades crónicas. Durante su carrera realizó 108 estadas cortas en universidades internacionales de tanto prestigio como Harvard, Columbia, Cambridge y Oxford, entre otras.
En sus comienzos incursionó en la pediatría y la parasitología, pero desde 1962 su interés se volcó a la epidemiología, entregándose con singular entusiasmo a la docencia e investigación. Publicó tres libros como autora, 59 artículos en revistas nacionales y 11 en revistas extranjeras, el último en el año 2005, abarcando diversos aspectos de la epidemiología de numerosas enfermedades. Dirigió o participó en alrededor de 85 tesis y formó una pléyade de académicos que ocupan relevantes puestos administrativos.
Recibió diferentes distinciones, tales como el Premio a la Trayectoria en el III Congreso Nacional de Epidemiología; el Premio de la Sociedad Científica de Chile y de la Fundación de Cardiología; asimismo, fue nombrada Profesora Emérita del Colegio Médico.
Su labor profesional ha sido destacadísima; influyó en la elección de vacunas antisarampión para las campañas chilenas, dio impulso al desarrollo de la neuroepidedemiología a través de sus estudios de epilepsia en el niño, y fomentó la instalación de vacunatorios. Todo ello la llevó a ser nominada consultora OPS en investigación epidemiológica en la región de las Américas.
Fue una de las pioneras en la medicina y en el desarrollo de la salud pública chilena, en una época en que pocas se atrevieron a tomar el desafío de ser mujer y profesional, haciendo historia en una silenciosa lucha por los derechos de género. Hasta muy avanzada edad sorprendió con su tremenda vitalidad y dedicación, especialmente frente a sus discípulos. En ese espacio, la menuda doctora Kirschbaum desplegó siempre y sin aspavientos su fortaleza y sabiduría, en una entrega de conocimientos y experiencias llenos de amor y generosidad.
Junto a los doctores Ana María Kaempffer y Ernesto Medina Lois contribuyeron de manera decisiva a que la Escuela de Salud Pública de la Facultad de Medicina llegara a ser la mejor entre sus pares, junto con las de Hopkins y Londres, según lo reconoció la Organización Mundial de la Salud en 1988.