El pasado 30 de marzo se conmemoró el Día Mundial del Trastorno Bipolar, una fecha simbólica elegida por coincidir con el natalicio del pintor holandés Vincent van Gogh, quien fue diagnosticado póstumamente con esta enfermedad.
El trastorno bipolar es una condición mental crónica que suele manifestarse hacia los 20 años y que, según los especialistas, tiene un importante componente genético. Se caracteriza por la alternancia de episodios depresivos con fases de exaltación del ánimo, que pueden ir desde una hipomanía —una aceleración leve— hasta una manía, con síntomas más intensos. También existen episodios mixtos, donde se combinan la exaltación emocional con mayor irritabilidad e impulsividad.
“Este es un trastorno del ánimo descrito hace muchas décadas, pero que durante bastante tiempo costó instalarlo social, cultural y médicamente como una enfermedad propiamente tal. Además, las personas con trastorno bipolar han sido históricamente blanco de prejuicios y estigmas, lo que muchas veces les impide buscar ayuda profesional de manera oportuna”, explica el doctor Álvaro Wolfenson, psiquiatra y académico del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental Oriente de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile.
Uno de los elementos clave para diferenciar el trastorno bipolar de otros cuadros afectivos es la historia familiar: es frecuente que existan antecedentes de bipolaridad entre familiares directos. Otra diferencia importante es la respuesta al tratamiento: mientras que los antidepresivos pueden incluso aumentar la exaltación anímica en personas con trastorno bipolar, los estabilizadores del ánimo —como por ejemplo el litio, lamotrigina o el valproato— han demostrado ser más efectivos y seguros.
A pesar de su carácter crónico, el trastorno bipolar puede ser manejado exitosamente con un tratamiento adecuado y continuo. “Si una persona mantiene un estilo de vida saludable, duerme bien, realiza actividad física, evita el consumo de alcohol y drogas, existe un adecuado apoyo familiar o participa de grupos de pares y/o psicoterapia y toma sus medicamentos estabilizadores del ánimo, las probabilidades de un buen control de la enfermedad son altísimas. El tratamiento suele funcionar bien cuando se cumplen esas condiciones”, afirma el doctor Wolfenson.
El peso del estigma
Uno de los principales obstáculos para una evolución favorable de los pacientes diagnosticados con esta condición es la falta de adherencia al tratamiento. Esta resistencia suele estar relacionada con la dificultad para aceptar el diagnóstico, el estigma social, el nivel de conciencia sobre la propia condición y las prácticas de autocuidado.
El estigma asociado al trastorno bipolar tiene un impacto profundo. Afecta tanto la vivencia personal como las relaciones sociales, desde el entorno íntimo y familiar hasta los espacios laborales. Muchas personas postergan la búsqueda de ayuda profesional por temor al juicio o la discriminación. En otros casos, es la propia familia es la que desestima el tratamiento, perpetuando así la invisibilidad del problema.
En este contexto, la psicoeducación se vuelve una herramienta clave. Esta consiste en entregar información clara, accesible y precisa para que las personas comprendan su diagnóstico y desarrollen estrategias de autocuidado. Comprender lo que ocurre es el primer paso para convivir con el trastorno de manera más saludable.
Por su parte, la psicoterapia, la intervención familiar y la psicoeducación cumplen un rol fundamental en el tratamiento integral del trastorno bipolar. “La elección de la terapia dependerá del perfil del paciente y de los recursos disponibles, pero se ha demostrado su eficacia como complemento al tratamiento farmacológico”, indica el doctor Álvaro Wolfenson.
Y agrega que “a esto se suman los grupos de apoyo de pares, espacios donde personas con experiencias similares comparten vivencias, aprendizajes y estrategias. Estos encuentros generan identidad, comunidad, contención emocional y también un importante componente psicoeducativo. Entre las terapias más validadas se encuentran la cognitivo-conductual, la terapia interpersonal centrada en ritmos biológicos, la terapia familiar y, por supuesto, la psicoeducación”.
El rol del entorno cercano.
El acompañamiento de la familia y el entorno inmediato es crucial. “Lo primero es estar presente, sin juzgar. Hay que entender que este trastorno no tiene relación con una falta de voluntad, ni puede ser controlado a través de ella. Hay una creencia errónea que dice que, por ser mental, debería poder manejarse a voluntad, y eso no es cierto”, enfatiza el psiquiatra.
Estar atentos, apoyar el seguimiento médico y saber actuar ante una crisis —incluso recurriendo a un servicio de urgencia si es necesario— son acciones concretas que pueden marcar una gran diferencia.
Finalmente, el especialista entrega un mensaje de esperanza para quienes recién reciben este diagnóstico: “El trastorno bipolar tiene tratamiento y las personas que lo presentan pueden llevar una vida plena, funcional y satisfactoria. De hecho, muchas tienen una capacidad creativa y de trabajo incluso muy superior al promedio de la gente”.
Aceptar progresivamente la vulnerabilidad anímica y adherir a los tratamientos recomendados permite mantener la estabilidad emocional y desarrollar un proyecto de vida con sentido. Porque, como en cualquier otra condición médica, el conocimiento, el cuidado y el acompañamiento pueden cambiar radicalmente la forma de vivir con este trastorno.