El parto respetado no es una moda ni una alternativa marginal. Es un derecho humano que reconoce a las mujeres como protagonistas de su experiencia de gestación y nacimiento. No se trata solo de permitir acompañamiento o elegir una postura para parir. Se trata de garantizar condiciones reales de autonomía, consentimiento realmente informado, trato digno y seguridad clínica. Sin estos elementos, el parto se transforma en una experiencia institucionalizada, muchas veces marcada por el temor, la medicalización innecesaria y la pérdida de agencia de los cuerpos.
Chile ha avanzado. Existen planes de parto, experiencias locales valiosas y profesionales comprometidos con los cuidados maternos respetuosos. Sin embargo, persisten barreras estructurales que continúan vulnerando la autonomía: estereotipos sobre la irracionalidad de las mujeres en trabajo de parto, jerarquías de conocimiento que desdibujan el consentimiento informado y una cultura clínica que privilegia la eficiencia por sobre la vivencia de quienes paren. Es así que algunas de las directrices recientes en torno al parto y nacimiento, si bien en apariencia promueven el respeto al deseo materno, lo hacen desde una lógica profundamente tecnocrática. Se ofrecen opciones “personalizadas” pero mediadas por una narrativa de riesgo, control y miedo. La información que llega a las mujeres, muchas veces, está cargada de advertencias, cifras de mortalidad o patologías posibles, más que de confianza en la fisiología del parto. Se construye así una autonomía condicionada: elegir, sí, pero dentro de márgenes definidos por el temor, la hiperintervención y la autoridad biomédica. Frente a ello, urge recuperar una mirada que no infantilice ni medicalice el deseo de parir, sino que lo acoja, lo proteja y lo acompañe desde la confianza y el respeto.
La evidencia es clara: una atención centrada en las personas, que considera sus expectativas y valores, mejora los resultados clínicos y reduce la morbilidad materna y neonatal. Aun así, en 2022 la tasa nacional de cesáreas en Chile alcanzó un 59%, superando el 70% en el sector privado. Este indicador no solo muestra una práctica excesiva, sino una paradoja: mientras reconocemos el parto como un evento salutogénico —es decir, un proceso que potencia la salud física, emocional y neurobiológica de la díada madre-recién nacido—, seguimos operando bajo una lógica intervencionista, medicalizada y muchas veces ajena a las necesidades y al bienestar de las mujeres/personas que paren.
Además, la transición obstétrica que estamos viviendo hoy implica nuevos retos. La mayor edad materna, la obesidad y las enfermedades crónicas exigen no solo personal sanitario altamente capacitado, sino también sistemas que promuevan decisiones compartidas, estrategias preconcepcionales y una comprensión profunda del valor del parto respetado en todas las instancias y formas de parir, como una cuestión de justicia y de inversión social en salud.
En este contexto, se hace imprescindible mirar hacia atrás para evaluar nuestros compromisos históricos. En abril de 1985, la OMS y la OPS organizaron en Brasil la Conferencia de Fortaleza, que concluyó con una declaración pionera en derechos de las mujeres en el parto. Se propuso, entre otras recomendaciones, evitar el uso irracional de tecnologías en el parto, fomentar el parto vaginal, incluso tras una cesárea, y mantener la dignidad cultural de las mujeres en el entorno hospitalario. A 40 años de ese hito, muchas de esas recomendaciones siguen siendo más aspiraciones que realidades, y su vigencia es un recordatorio de cuánto nos falta por transformar.
La autonomía, entonces, debe ser garantizada no solo desde el discurso, sino desde el modelo de atención. Implica marcos regulatorios claros, formación profesional con enfoque en derechos, mecanismos efectivos de participación usuaria y vigilancia activa sobre las experiencias de atención. Por ello, el lema de este año no debe leerse como una apelación individualista, sino como una invitación colectiva a reestructurar las condiciones sanitarias, culturales y sociales que hacen posible —o imposible— esa elección. Hacerlo “a tu manera” requiere redes de apoyo, un equipo clínico empático, acceso a información clara y la posibilidad de ejercer decisiones libres de coerción y culturalmente pertinentes.
Como sociedad, estamos llamadas y llamados a sostener esta transformación: desde la formación de profesionales hasta la arquitectura de los servicios, desde la garantía de derechos hasta la escucha social activa. No basta con “permitir” que las mujeres participen: hay que asegurar que su protagonismo sea el eje de una atención realmente respetuosa y basada en evidencia y en información que satisfaga sus necesidades, contenida por un sistema que comprende y valora el potencial transformador del parto en cuanto a experiencia y poder de las mujeres.
Porque cada parto es único, y cada cuerpo es un territorio de decisión, la invitación es a vivir y garantizar el parto respetado como una práctica cotidiana, no como un privilegio. Solo así será posible que cada mujer y persona gestante —antes, durante y después del parto— pueda, efectivamente, hacerlo a su manera. Con respaldo. Con dignidad. Con cuidado.
Por Jovita Ortiz Contreras
Directora Departamento de Promoción de Salud de la Mujer y el Recién Nacido
Facultad de Medicina
Universidad de Chile